viernes, 5 de marzo de 2010

Textos del libro " A la cuenta de nueve"

La parota

La parota de mi pueblo tiene arrugas de gran señora; su grueso tronco engendró duendes que atemorizaron mi niñez. Sus ramas de sangre fértil se llenan de frutos. En temporada de estiaje, se tuerce vencida, y sus dedos largos arañan la tierra del mismo color, confundidas ambas, exhaustas de sol.
Luego llega la lluvia; se levanta desafiante y cambia. ¡Cómo cambia con los embates del viento!
Estira los brazos, impúdica, estrujada con las caricias violentas de su amante y se estremece orgásmica. Atrás quedaron los días pesarosos. Después, satisfecha canturrea desde el amanecer hasta que el sol se oculta.


Martha Gutiérrez

Agapornis

Lloviznaba, el ruido suave de las gotas sobre las tejas me arrulló. Abrí los ojos. Vi desvanecerse la penumbra. La luz amarillenta del farol cruzaba mi ventana. Cerré de nuevo los ojos. Me acurruqué y me dispuse a disfrutar de los sonidos del alba. Ese día tenía tiempo para saborear un poco más la cama.
En la calle, el canto y revoloteo de los pájaros se confundía con el de los inseparables que habitaban en mi terraza: una pareja de agapornis. Su agitación perturbó mi amodorrada pereza. Dirigí la mirada hacia ellos. Estaban en su nido, esponjados. Acariciándose con sus picos. Me enrosqué más. Apreté las piernas. Hundí las manos en plegaria, en la conjunción de mis muslos.


Laura Ramírez

El asesino particular

Al salir del cine después de ver El talentoso Mr Ripley, Jacinta y sus amigos fueron al café donde se dedicaron a imaginar quién de los conocidos podía ser, para cada uno, su asesino personal. La película, nacida de la escritura de Patricia Highsmith, narraba la historia de dos jóvenes casi desconocidos y de muy distinta condición. Uno de ellos busca y logra seducir al otro, y luego de asesinarlo, suplanta su identidad para usufructuar sus bienes y privilegios.
Por primera vez Jacinta se pensó víctima de asesinato y se concentró, al igual que los demás, en analizar quién podría ser su talentoso Mr Ripley. El juego se volvió paranoia que pesaba en el estómago, y a no ser por las carcajadas que estallaban cada tanto en la conversación de sus posibles asesinos, Jacinta se hubiera dejado llevar por el vértigo del miedo al pensar en su muerte.


Verónica Valenzuela

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